sábado, 17 de diciembre de 2011

TORMENTA NEGRA

1. Recomenzando


La luna brillaba majestuosa sobre los terrenos del internado. En otras circunstancias me hubiera encantado la idea de regresar, pero me había acostumbrado demasiado a la vida en la isla y volver ahora, me parecía estar dando un paso atrás.
Los dos helicópteros que nos traían de vuelta, aterrizaron a la vez, de la forma más brusca imaginable, en el campo frente al internado.
Hacía tres años que no veía aquel edificio y sus alrededores, pero no parecía haber cambiado en absoluto. Todo parecía igual que entonces y eso me hizo recordar de nuevo a mi antiguo “yo”.
Bajé del helicóptero casi flotando y aguardé al resto de mis compañeros.
Durante los años, había desarrollado una habilidad que me permitía mantenerme suspendida en el aire un tiempo limitado y, si a esto le sumábamos una potente habilidad psicoquinética, que no me daba más que un horroroso dolor de cabeza, al igual que mis esporádicas visiones, la mezcla resultaba explosiva. Aún no había perfeccionado las habilidades en cuestión, pero esperaba poder hacerlo pronto.
Tres años me habían bastado para desarrollar un montón de capacidades, tales como las mencionadas anteriormente, o el simple hecho de ser capaz de manejar el viento, el fuego, la materia y demás elementos, a placer, pero las más poderosas de todas y que requerían de un mayor control y de una resistencia y energía considerables, eran sin duda la coacción, una capacidad que me permitía controlar la voluntad y los pensamientos de las personas que se pusieran a mi alcance, y otra, de la que ni siquiera tenía su nombre y que ni yo misma entendía por completo, que, según la investigación que realicé a escondidas, tenía algo que ver con el alma, el espíritu, o algo así.
Bastaba decir, que solo yo tenía constancia de ellas, ya que eran demasiado peligrosas. Además, no quería revelar mis cartas tan pronto. Quizás, en algún momento, podría utilizarlas para sorprender a mi adversario. Por el momento, me conformaba con emplear aquellas que no supusieran demasiado riesgo, tanto para mí, como para los demás, ya que el empleo constante, me dejaba realmente agotada.
-Veo que ya te has acostumbrado a la levitación.- Comentó Erik a mi espalda.
-El durísimo entrenamiento ha dado sus frutos.- Respondí cortante.
-Tan solo has estado recordado lo que ya sabías…
-¡Todo esto es nuevo para mí!- Le corté.- Aquellos tiempos ya los he dejado atrás, y lo sabes.
-Como quieras,- Accedió. Últimamente, siempre me daba la razón en todo y me ponía realmente furiosa.- pero no uses tus habilidades tan a la ligera.- Añadió muy serio.- Ya sabes que te cansa demasiado.
-¿Y quién ha pedido tu opinión?- Gruñí.- Que yo sepa no eres tú quien debe afrontar las consecuencias.
-Lo sé.- De nuevo me daba la razón y de nuevo estábamos a punto de enzarzarnos en una buena pelea.
-¿¡Quieres dejar ya de darme la razón en todo!?
-Tan solo me preocupo por ti.- Respondió sonriente.
-Pues no lo hagas.- Solté.
-No me digas que tienes hambre de nuevo.- Adivinó Erik para mi sorpresa.
Tan solo había pasado un día desde la última vez, pero mi cuerpo ya ansiaba aquel brillante y espeso líquido. Suspiré y traté de relajarme un poco.
-Lo siento...
-No tienes por qué disculparte por sentir esa necesidad, V. Es del todo normal, pero solo te pido que intentes controlarlo un poco.
-Está bien,- Accedí- pero...
Di un paso hacia él y le cogí de la muñeca sonriente. Podía notar el flujo de su sangre bajo la piel de mis dedos y, mis colmillos ya estaban preparados para morder, cuando papá me dio un golpecito en el hombro.
-Quizás para otra ocasión,- Dijo- cuando no haya tantos estudiantes rondando por aquí, ¿vale?
Me mordí el labio de rabia, pero solté la muñeca de Erik y entré rauda en el edificio, detrás de papá.
Realmente no había cambiado nada. Los mismos cuadros, la misma estructura, aguardaban nuestra llegada. Incluso el cuadro de mi madre aún seguía allí quieto, en el descansillo de las escaleras, esperando que, de nuevo, me pasase las horas muertas observándolo, pero yo ya no era la misma de entonces. Había madurado a mi manera. Tal vez demasiado, pero no importaba.
-Tú y yo tenemos un asuntillo pendiente.- Le susurré a Erik al oído, abriendo la puerta de nuestro dormitorio.
-Si te refieres a la sangre… hoy no tengo ganas de servirte de cena.- Rió.- Aunque… si quieres otra cosa… estaré encantado de dártela.
-Tan sutil como siempre, Erik.- Saltó Edy pasando entre los dos y entrando en el dormitorio, seguida de cerca por Kevin.
Un sentimiento de vergüenza me invadió al momento. Edy había elegido el mejor momento para intervenir en nuestra conversación, pero la tonta había sido yo, por no darme cuenta de que, al ser ellos también vampiros, podían escuchar una conversación, aunque ésta se realizase en un tono rozando lo inaudible para los humanos.
-Hoy no tengo ganas.- Le respondí a Erik entrando también en el dormitorio.
La disposición del cuarto, tampoco había sido modificada. Tanto la mesa del centro, como las camas y los armarios, seguían en la misma posición de cuando nos fuimos. Eso tenía que cambiar. Cerré los ojos y traté de concentrar toda mi energía en mover los muebles de posición. El repentino dolor de cabeza que me sobrevino, me hizo perder durante unos breves instantes la concentración, pero logré recomponerme enseguida.
-¡Mierda, Violet!
La voz de Erik y su repentino beso me hicieron perder del todo la concentración, con lo que los muebles cayeron bruscamente al suelo, volviendo a su posición original.
-¿Qué narices te crees que estás haciendo?- Le grité en tanto que pude deshacerme de su atadura.
-¿No te había dicho que no usases ese tipo de habilidades?- Me recriminó Erik muy serio.- Si quieres lucirte, hazlo durante los entrenamientos.- Añadió.
La puerta se abrió de pronto, si darme tiempo siquiera a pensar una respuesta con la que pudiera defenderme de los comentarios de Erik.
-Reesha quiere hablar con vosotros.- Dijo papá sonriente.
-¿Ahora?- Me quejé.
-Sí, ahora, Violet. Es importante.

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