sábado, 17 de diciembre de 2011

NOCHE BLANCA

Episodio 1: Sangre Derramada


Tenía la estaca a punto de clavárseme en el pecho pero, por alguna extraña razón, mi agresor no se movía. Tan solo un movimiento bastaba para segar, de una vez por todas, mis cuatro siglos de existencia. Solo hundiendo la estaca podría liberarme de mi maldad.
No podía sentir nada, ni siquiera en aquel momento y el hombre que estaba sobre mí, blandiendo la estaca, pareció darse cuenta porque…no me liberó. En su lugar me clavó la estaca en el hombro y desapareció, dejando tras de sí un aroma a flores silvestres.
Aquella noche había tenido suerte. Mi vida se había alargado un poco más y podría seguir matando. La maldad que se acrecentaba en mi interior no tenía límites. Era libre para hacer lo que quisiera. Al fin y al cabo, no era nadie importante, ni tan siquiera para Lilith, mi superior en la Hermandad, quien consideré un tiempo atrás como una madre.
Aquella noche (técnicamente día), soñé con sus ojos. Esos ojos verdes que me miraban incesantes, como si sólo existiéramos él y yo en el mundo. Me había pasado aquello muchas veces a lo largo de mi extensa vida, pero mi cuerpo siempre había reaccionado de la misma manera: frío y distante. En cambio, aquel hombre había despertado en mí sentimientos que ni yo misma llegaba a comprender. Él era diferente a cualquiera que me hubiera encontrado y era misterioso, ya que, por algún motivo, no lograba determinar si se trataba de un humano, o no.
Tenía el cabello corto, moreno y rizado y una expresión tan dulce e inquebrantable, que me recordó a mí misma, antes de que alguien matase a mis padres.
Había crecido sola, sin ningún tipo de apoyo, aumentando mi rabia y mi rencor, hasta que encontré el modo de sacar partido de aquello.
Fue Lilith quien me instó a unirme a la Hermandad para aprovechar mis habilidades y fue a quien empecé a querer como una madre, al no haber nadie más al alcance.
Por aquel entonces, yo era ya un caso perdido. No lograba expresar emoción alguna y los asesinatos que cometía eran sangrientos y despiadados a más no poder. Me gané mi reputación a pulso.
Sucedió durante una de las misiones.
Se me había ordenado acabar con la vida de un científico, algo inusual, ya que aquel hombre era humano, pero, por el trabajo que realizaba, la Hermandad lo consideraba peligroso.
La misión fue fácil: entrar, segar la vida y volver a salir. Pero, no satisfecha con eso, busqué a su familia y los maté a todos. Sabía que eran humanos, pero eso no me impidió derramar su sangre.
Desde aquel sangriento y despiadado asesinato, todo cambió. Todos mis compañeros me dieron la espalda e incluso Lilith se volvió dura conmigo. No entendía que el simple hecho de asesinar a un ser humano era tabú. Algo que la Hermandad no aprobaba y que me daba el título de “asesina” en toda regla. Me habían puesto una prueba y me había estrellado.
Todavía seguía perteneciendo a la Hermandad, pero yo ya no era más alguien. Tan solo era un arma que utilizaban para sus propósitos.
Ya ni siquiera me daban órdenes, sino tan solo sugerencias. Ahora me tenían miedo y era normal.
Yo no podía experimentar ningún tipo de emoción: ni alegría, ni tristeza, ni remordimiento, ni mucho menos amor.
Resultaba imposible que una persona como yo, llena de odio, pudiese llegar a experimentar aquella hermosa sensación.
Pero ahora todo había cambiado. Damian lo había cambiado. No sabía si realmente lo que sentía era amor, o algún sentimiento parecido, como tampoco sabía su verdadero nombre pero, aquellos ojos no me los podía quitar de la cabeza y aún creía poder sentir su cuerpo sobre el mío. Y su dulce mirada me atormentaba.
-¿Estás dormida, Jess?
Sonia era mi compañera de habitación y, a excepción del resto, era la única que había querido llegar a conocerme. Los demás me tenían miedo.
Los padres de Sonia eran los directores de la Hermandad y fueron quienes me permitieron quedarme después de aquel incidente, ya que, si hubiera sido por Lilith, yo ya estaría fuera de aquel lugar. Pero los padres de Sonia no lo vieron como ella. Ellos sabían que yo aparentaba ser quien no era en realidad y eso me había salvado de estar otra vez sola.
-¿Te ha pasado algo bueno esta noche?- Me insistió Sonia trasladándose a mi cama.
-Casi muero.
-¿De verdad?- Gritó exasperada.- ¿Y cómo fue que te salvaste?
-Él no me mató-respondí ausente recordando el suceso.
-¿Él?
-Damian.- Respondí.
-¿Damian?- Preguntó confundida.- ¿Es que acaso te dijo su nombre? Venga, cuenta, cuenta.
-No, no me lo dijo, pero de alguna manera tengo que llamarle, ¿no?- Salté a la defensiva.
-¿Me estás diciendo que le has puesto nombre?- Preguntó más confusa que nunca obligándome a mirarla directamente a los ojos.- Ha pasado algo, lo sé.- Aventuró.
-No ha pasado nada.- Negué.- Él ha intentado matarme y ha fallado, punto y final.
Esperaba que con aquello nuestra conversación hubiese llegado a su fin. No podía decirle que no podía dejar de pensar en Damian y mucho menos que creía estar enamorándome de él.
Anoche solo yo había salido de caza, de modo que, de momento, mi secreto estaba a salvo. El resto se había quedado en casa, terminando las tareas.
Yo también debería haberme quedado anoche para acabar mis tareas y, si hubiera sabido lo que iba a pasar, lo habría hecho, pero necesitaba alejarme de aquel lugar aunque fuese solo por una noche. Los murmullos y cotilleos me habían afectado demasiado y tan solo quería desaparecer.
La casa donde vivía no era normal.
Aparte de salir a cazar vampiros, nuestro tiempo estaba ocupado con lecciones de lengua, historia y matemáticas, además de los entrenamientos físicos a los que éramos sometidos.
Yo, como era lógico, sobresalía en todo, de modo que seguía siendo libre para hacer lo que me diera en gana.
En casa vivían diez personas más, aparte de nosotras dos y los únicos vampiros éramos Lilith y yo.
Mi vida social se resumía a estar con Sonia y con sus padres, ya que los demás me tenían demasiado miedo desde aquello, como para acercarse a mí, pero después de todo cuanto había pasado, era cuanto podría desear. Continuaba sin poder expresar emoción alguna pero, quienes se habían molestado en conocerme, sabían cómo era.
-¿Entonces de verdad que estás bien?
Sonia se había incorporado y jugaba con uno de mis rizos. A ella no le importaba lo más mínimo que no fuese humana como ella. Al contrario, me encontraba fascinante, ya que yo no era el típico vampiro que sale en las películas. Yo era una excepción.
Había nacido, en lugar de haber sido convertida, como Lilith, y podía exponerme a la luz del sol, aunque no por mucho tiempo, ya que me sentía incómoda. Tenía una fuerza y velocidad impresionantes aunque, en eso, Sonia me estaba alcanzando con el duro entrenamiento. Tenía una vista tan aguzada, que podía ver una mosca incluso a varios quilómetros a la redonda, algo que Sonia solo podía soñar. Podía comer y beber cualquier cosa y no tenía que beber sangre tan a menudo como los vampiros convertidos. Todo eran ventajas, salvo porque no tenía ni la más mínima idea de cómo me podían matar.
Durante un tiempo lo probé todo: plata, estacas de madera, fuego…Pero nada funcionó y, después de un tiempo, me olvidé del tema.
-De verdad que estoy bien.- Respondí al ver cómo Sonia fruncía el entrecejo.
-Vale ya, Jess.- Me cortó.- Sé que algo te ha pasado, así que dímelo si no quieres que te dé una paliza de las buenas.
La principal característica de Sonia es que es demasiado intuitiva, cosa que, en determinadas situaciones, resultaba bastante útil, pero no en aquélla.
-Nuestras miradas se encontraron.- Accedí tras unos segundos de meditación.
-No puede ser.- Su cara lo decía todo.- ¿La fría y despiadada Jessenia al fin siente algo?- Rió.
-Por favor, no te burles.- Le rogué.- Ya es bastante difícil para mí.
-Perdona, tan solo era una broma. Entonces, dime, ¿qué pasó?
-Bueno…- Dudé, pero, al final me decidí.- Él estaba sobre mí, a punto de clavarme una estaca…
-¿Te ganó?- Exclamó Sonia con los ojos abiertos de par en par.- Perdona, sigue.
-Él estaba sobre mí, a punto de clavarme la estaca,- Repetí enderezándome en la cama.- pero en cuanto nuestras miradas se cruzaron, dudó y se fue de allí pitando. Aún recuerdo su olor…
-Vaya… parece una novela romántica…
-Sonia, eso no puede ser.- Le dije.- Yo soy fría, despiadada, distante, no puedo expresar emoción alguna y mucho menos sentirla. Es imposible.
-Mira, Jess, yo te conozco y sé cómo eres. Puede que durante la caza y afrontando determinadas situaciones seas así, pero eso no significa que lo seas todo el tiempo. Si no, ¿cómo narices es que somos amigas y cómo es que tratas a mis padres como si fueran los tuyos?
-Lo siento, Sonia, pero llevo demasiado tiempo así, como para cambiar.- Susurré al tiempo que me ponía en pie.- Soy una asesina despiadada, ¿recuerdas? Y me gusta ser quien soy.
-Algún día te darás cuenta de que lo que dices no es tan cierto como tú lo crees, y yo estaré allí cuando lo hagas.
Me crucé de brazos y salí del dormitorio.
Los jardines siempre me ayudaban a relajar mis nervios y era lo que más necesitaba. ¿De verdad había dicho Sonia que no era fría, que yo también era capaz de sentir?
Desde la muerte de mis padres, mi única emoción consistía en sentir odio y rabia. Había endurecido mi carácter y me había vuelto tan fría, que incluso rechazaba el amor. Todavía conservaba aquello intacto, lo notaba, de modo que Sonia estaba equivocada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario